* Por Fabio Tarasow
En las últimas semanas hemos visto cómo los sistemas de inteligencia artificial empiezan a incorporar memoria. Ya no solo responden nuestras preguntas: ahora recuerdan nuestras interacciones, aprenden de ellas y ajustan sus respuestas para adaptarse mejor a nosotros. Una personalización creciente, casi hecha a medida.
No es algo nuevo. Muchas tecnologías han coqueteado antes con la idea de personalizar la experiencia: redes sociales, plataformas de streaming, buscadores… Lo que aprendimos de esos experimentos es que, cuando el contenido se adapta demasiado a lo que ya pensamos, sentimos o preferimos, terminamos encerrados en una burbuja. Una burbuja cómoda, pero que nos aleja de lo distinto, de lo que nos incomoda, de lo que nos obliga a cambiar o repensarnos.
Para ilustrarlo, pensemos en una almohada de *memory foam*. Es suave, mullida, se amolda perfectamente a nuestro cuerpo y nos abraza para que el descanso sea más placentero. Ahora imaginemos una tecnología que no solo produce almohadas, sino que actúa como un filtro entre nosotros y la realidad, moldeando todo lo que vemos para que encaje con nuestros gustos. Una interfaz que suaviza cualquier aspereza, que elimina todo lo que pueda tensar o desafiar nuestra manera de pensar.
Si la IA actúa así, las burbujas serán cada vez más mullidas y confortables… pero también más difíciles de abandonar. Viviríamos inmersos en una construcción de la realidad hecha a nuestra medida, sin fricción, sin tensiones, sin el contraste necesario para evolucionar. Como advierte Sune Selsbæk-Reitz en su artículo “The Earth Is Flat”, recomendado por Carlo Magro en Linkedin “cuando la IA nos susurra al oído lo que queremos oír, el mundo pierde relieve: se aplana. Las respuestas suenan convincentes pero carecen de trazabilidad y de contexto, lo que dificulta el análisis crítico. Esa “suavidad” de la respuesta no es neutra: reduce la fricción en la búsqueda de conocimiento, pero también empobrece el pensamiento. Y la fricción —la duda, la necesidad de verificar, el esfuerzo de contrastar— es parte esencial del aprendizaje”.
El riesgo no se limita a lo personal o cognitivo. También tiene un fuerte impacto en el ecosistema de la web. Si los motores de búsqueda empiezan a responder con un único texto generado por IA en lugar de ofrecer una lista de enlaces, como también lo estamos viendo en el presente, el tráfico hacia las páginas originales disminuirá. Y con él, la principal fuente de ingresos de muchos creadores de contenido: la publicidad. Menos visitas significan menos ingresos, lo que empuja a medios y creadores a proteger su material tras muros de pago o a difundirlo en formatos menos “digeribles” por la IA, como audio o video. Esto, a su vez, fragmenta el acceso a la información y dificulta mantener una web abierta y democrática.
La memoria y la personalización extrema de la IA, entonces, no solo afecta cómo pensamos y nos relacionamos con el conocimiento sino que también ponen en tensión el modelo económico y cultural que sostiene la internet abierta. Una tecnología que promete suavizar nuestra interacción con el mundo puede, sin quererlo, aislarnos en una burbuja perfecta… demasiado perfecta como para querer salir de ella.
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El texto de la nota Adiós a la fricción: ¿La IA nos roba el pensamiento crítico con burbujas de confort? de Proyecto Educación y Nuevas Tecnologías se encuentra bajo licencia Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivs 3.0 Unported License. Nota disponible en: https://flacso.pent.org.ar/novedades/opinion/adios-la-friccion-la-ia-nos-roba-el-pensamiento-critico-con-burbujas-de-confort